Según que pasen 35 años…
.
por Jorgelina Lagos
.
Era un día gris del mes de marzo. Corría 1976. La gran mayoría del pueblo argentino llamaba a la puerta de los cuarteles para intentar hacer frente al caos que se vivía: anomia en el gobierno; bolsillos flacos, inflación galopante, Rodrigazos; la CGT imponiéndole condiciones a la Presidente de turno; el Brujo dictándole al oído; la violencia y el terror en las calles de la mano de la Triple A; la respuesta de los estudiantes al avasallamiento… Argentina ardía.
.
Confiado - como borregos desesperados - el ciudadano medio creyó que con la milicia vendría el orden y la disciplina. Craso error. El túnel de profundidades tenebrosas que se abrió ante nosotros llegó a niveles insondables. Todos sabemos qué comenzó aquel 24 de marzo de 1976.
.
Personalmente, entre la atención de mi familia – dos hijos pequeños -, una profesión que me solventaba los gastos, mis exposiciones de cuadros y sobre todo, mis abortados esfuerzos para seguir la carrera de Cine primero y de Psicología después, (lo que fueran Humanidades olía mal entre la dirigencia y se cerraban facultades en profusión); todo eso, insisto, hicieron que casi no me diera cuenta de lo que se venía. Pocos meses después, como la mayoría pensante, advertí lo que estaba en realidad sucediendo. Los amigos y conocidos comenzaron a desaparecer o a morir en enfrentamientos. Llegó el mundial de fútbol, fuimos “derechos y humanos”; sufrí la censura; se inventó lo de Malvinas; me abrí con regocijo a la democracia incipiente y la disfruté.
.
Diez años después, la noche del 24 de marzo de 1986, yo estaba en Hollywood – concretamente, en el centro de Los Angeles – en la sala de prensa del Dorothy Chandler Pavillion, donde entonces se hacía la ceremonia de entrega de los Oscar, comprobando, alborozada cómo Norma Aleandro – espléndida – abría el sobre para declamar ante el mundo que Argentina se alzaba con el premio al Mejor Filme Extranjero por La Historia Oficial. Emocionada hasta las lágrimas, busqué un teléfono y me precipité a comunicarme con LV3 (Radio Córdoba en ese entonces), que me había enviado a cubrir el evento, para contarle al interior del país que “éramos ganadores”.
.
Al finalizar la transmisión, enfilamos todos hacia el Governor’s Ball (tradicional fiesta posterior), donde conocí a Jack Nicholson, a Anjelica Huston, a su padre, el viejo John – en silla de ruedas – a Jane Powell, a June Allyson, a Cliff Robertson y a ¡Elizabeth Taylor!, que pasó a mi lado como una exhalación, increíblemente hermosa, acompañada por George Hamilton – siempre tan tostado él – y un grupo de guardespaldas…
.
Horas más tarde, en la residencia que en las colinas de Beverly Hills había alquilado Oscar Kramer, el productor del filme, se hizo la gran fiesta gran para la delegación argentina, celebración que compartimos los periodistas ( Mónica Mihanovich, Jorge Jacobson y otros) junto a Luis Puenzo, Norma Aleandro y una fauna variopinta que ahora ni recuerdo quiénes eran.
.
Han pasado 35 años del golpe militar. Han pasado 25 años del primer Oscar por La Historia Oficial (que desenmascaraba lo sucedido durante los diez años anteriores).
.
Tanta agua ha corrido bajo nuestros puentes…Y aquí estoy – permítaseme lo autorreferencial – siguiendo con la lucha emprendida hace más de treinta años para difundir la cultura argentina. Con un valiosísimo camino recorrido, que me ha llevado a la radio, a la televisión, a la gráfica, al escenario; ahora a las letras. Satisfecha me siento. Agradezco a todos los que me han apoyado. Me pregunto hasta dónde ha servido tanto empeño, cuando un Plácido Domingo, con todo su señorío y don de gentes no ha podido ver realizado su sueño de cantar en el Colón.
.
Pero también me tranquiliza saber que las armas están guardadas. Y bien. Que los argentinos tenemos otros recursos para protestar. Que el arte en nuestro país sigue su hermosísima trayectoria. Que el camino está expedito.
.
Y me conformo. Y trato de ser feliz. Y si ponemos esto y lo de 35 años atrás en la balanza, creo que estamos mejor. Mucho mejor.
.
Ah ¡y además, seguimos ganando Oscars!
.
Confiado - como borregos desesperados - el ciudadano medio creyó que con la milicia vendría el orden y la disciplina. Craso error. El túnel de profundidades tenebrosas que se abrió ante nosotros llegó a niveles insondables. Todos sabemos qué comenzó aquel 24 de marzo de 1976.
.
Personalmente, entre la atención de mi familia – dos hijos pequeños -, una profesión que me solventaba los gastos, mis exposiciones de cuadros y sobre todo, mis abortados esfuerzos para seguir la carrera de Cine primero y de Psicología después, (lo que fueran Humanidades olía mal entre la dirigencia y se cerraban facultades en profusión); todo eso, insisto, hicieron que casi no me diera cuenta de lo que se venía. Pocos meses después, como la mayoría pensante, advertí lo que estaba en realidad sucediendo. Los amigos y conocidos comenzaron a desaparecer o a morir en enfrentamientos. Llegó el mundial de fútbol, fuimos “derechos y humanos”; sufrí la censura; se inventó lo de Malvinas; me abrí con regocijo a la democracia incipiente y la disfruté.
.
Diez años después, la noche del 24 de marzo de 1986, yo estaba en Hollywood – concretamente, en el centro de Los Angeles – en la sala de prensa del Dorothy Chandler Pavillion, donde entonces se hacía la ceremonia de entrega de los Oscar, comprobando, alborozada cómo Norma Aleandro – espléndida – abría el sobre para declamar ante el mundo que Argentina se alzaba con el premio al Mejor Filme Extranjero por La Historia Oficial. Emocionada hasta las lágrimas, busqué un teléfono y me precipité a comunicarme con LV3 (Radio Córdoba en ese entonces), que me había enviado a cubrir el evento, para contarle al interior del país que “éramos ganadores”.
.
Al finalizar la transmisión, enfilamos todos hacia el Governor’s Ball (tradicional fiesta posterior), donde conocí a Jack Nicholson, a Anjelica Huston, a su padre, el viejo John – en silla de ruedas – a Jane Powell, a June Allyson, a Cliff Robertson y a ¡Elizabeth Taylor!, que pasó a mi lado como una exhalación, increíblemente hermosa, acompañada por George Hamilton – siempre tan tostado él – y un grupo de guardespaldas…
.
Horas más tarde, en la residencia que en las colinas de Beverly Hills había alquilado Oscar Kramer, el productor del filme, se hizo la gran fiesta gran para la delegación argentina, celebración que compartimos los periodistas ( Mónica Mihanovich, Jorge Jacobson y otros) junto a Luis Puenzo, Norma Aleandro y una fauna variopinta que ahora ni recuerdo quiénes eran.
.
Han pasado 35 años del golpe militar. Han pasado 25 años del primer Oscar por La Historia Oficial (que desenmascaraba lo sucedido durante los diez años anteriores).
.
Tanta agua ha corrido bajo nuestros puentes…Y aquí estoy – permítaseme lo autorreferencial – siguiendo con la lucha emprendida hace más de treinta años para difundir la cultura argentina. Con un valiosísimo camino recorrido, que me ha llevado a la radio, a la televisión, a la gráfica, al escenario; ahora a las letras. Satisfecha me siento. Agradezco a todos los que me han apoyado. Me pregunto hasta dónde ha servido tanto empeño, cuando un Plácido Domingo, con todo su señorío y don de gentes no ha podido ver realizado su sueño de cantar en el Colón.
.
Pero también me tranquiliza saber que las armas están guardadas. Y bien. Que los argentinos tenemos otros recursos para protestar. Que el arte en nuestro país sigue su hermosísima trayectoria. Que el camino está expedito.
.
Y me conformo. Y trato de ser feliz. Y si ponemos esto y lo de 35 años atrás en la balanza, creo que estamos mejor. Mucho mejor.
.
Ah ¡y además, seguimos ganando Oscars!
.
.