viernes, 25 de marzo de 2011


Según que pasen 35 años…
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por Jorgelina Lagos

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Era un día gris del mes de marzo. Corría 1976. La gran mayoría del pueblo argentino llamaba a la puerta de los cuarteles para intentar hacer frente al caos que se vivía: anomia en el gobierno; bolsillos flacos, inflación galopante, Rodrigazos; la CGT imponiéndole condiciones a la Presidente de turno; el Brujo dictándole al oído; la violencia y el terror en las calles de la mano de la Triple A; la respuesta de los estudiantes al avasallamiento… Argentina ardía.
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Confiado - como borregos desesperados - el ciudadano medio creyó que con la milicia vendría el orden y la disciplina. Craso error. El túnel de profundidades tenebrosas que se abrió ante nosotros llegó a niveles insondables. Todos sabemos qué comenzó aquel 24 de marzo de 1976.
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Personalmente, entre la atención de mi familia – dos hijos pequeños -, una profesión que me solventaba los gastos, mis exposiciones de cuadros y sobre todo, mis abortados esfuerzos para seguir la carrera de Cine primero y de Psicología después, (lo que fueran Humanidades olía mal entre la dirigencia y se cerraban facultades en profusión); todo eso, insisto, hicieron que casi no me diera cuenta de lo que se venía. Pocos meses después, como la mayoría pensante, advertí lo que estaba en realidad sucediendo. Los amigos y conocidos comenzaron a desaparecer o a morir en enfrentamientos. Llegó el mundial de fútbol, fuimos “derechos y humanos”; sufrí la censura; se inventó lo de Malvinas; me abrí con regocijo a la democracia incipiente y la disfruté.
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Diez años después, la noche del 24 de marzo de 1986, yo estaba en Hollywood – concretamente, en el centro de Los Angeles – en la sala de prensa del Dorothy Chandler Pavillion, donde entonces se hacía la ceremonia de entrega de los Oscar, comprobando, alborozada cómo Norma Aleandro – espléndida – abría el sobre para declamar ante el mundo que Argentina se alzaba con el premio al Mejor Filme Extranjero por La Historia Oficial. Emocionada hasta las lágrimas, busqué un teléfono y me precipité a comunicarme con LV3 (Radio Córdoba en ese entonces), que me había enviado a cubrir el evento, para contarle al interior del país que “éramos ganadores”.
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Al finalizar la transmisión, enfilamos todos hacia el Governor’s Ball (tradicional fiesta posterior), donde conocí a Jack Nicholson, a Anjelica Huston, a su padre, el viejo John – en silla de ruedas – a Jane Powell, a June Allyson, a Cliff Robertson y a ¡Elizabeth Taylor!, que pasó a mi lado como una exhalación, increíblemente hermosa, acompañada por George Hamilton – siempre tan tostado él – y un grupo de guardespaldas…
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Horas más tarde, en la residencia que en las colinas de Beverly Hills había alquilado Oscar Kramer, el productor del filme, se hizo la gran fiesta gran para la delegación argentina, celebración que compartimos los periodistas ( Mónica Mihanovich, Jorge Jacobson y otros) junto a Luis Puenzo, Norma Aleandro y una fauna variopinta que ahora ni recuerdo quiénes eran.
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Han pasado 35 años del golpe militar. Han pasado 25 años del primer Oscar por La Historia Oficial (que desenmascaraba lo sucedido durante los diez años anteriores).
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Tanta agua ha corrido bajo nuestros puentes…Y aquí estoy – permítaseme lo autorreferencial – siguiendo con la lucha emprendida hace más de treinta años para difundir la cultura argentina. Con un valiosísimo camino recorrido, que me ha llevado a la radio, a la televisión, a la gráfica, al escenario; ahora a las letras. Satisfecha me siento. Agradezco a todos los que me han apoyado. Me pregunto hasta dónde ha servido tanto empeño, cuando un Plácido Domingo, con todo su señorío y don de gentes no ha podido ver realizado su sueño de cantar en el Colón.
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Pero también me tranquiliza saber que las armas están guardadas. Y bien. Que los argentinos tenemos otros recursos para protestar. Que el arte en nuestro país sigue su hermosísima trayectoria. Que el camino está expedito.
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Y me conformo. Y trato de ser feliz. Y si ponemos esto y lo de 35 años atrás en la balanza, creo que estamos mejor. Mucho mejor.
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Ah ¡y además, seguimos ganando Oscars!

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martes, 8 de marzo de 2011

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Vergüenza ajena
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por Jorgelina Lagos



Hace alrededor de seis años, en su columna del diario Página 12, el filósofo argentino José Pablo Feinmann, a propósito de la tele vómito (peor que la tele basura), apuntaba lo siguiente
“Es todo por hoy. O no, hay algo más: hará apenas unos días, a raíz de cumplirse 250 años del nacimiento de Mozart, hubo un concierto al aire libre en el Monumento a los Españoles. Asistieron 100.000 personas. A la gente no le gusta la mierda, pero si es lo único que le dan, si es lo único que come, va a seguir comiendo. Algo tiene que cambiar aquí. Se cumplen cinco años de diciembre del 2001: “¡Que se vayan todos!”. Con la TV Vómito es muy fácil. Sólo hay que apagar el televisor.”


Qué bueno, pensé alborozada, este señor, sin pelos en la lengua, dice lo que hay que decir. Pero los años pasan y la gente cambia…Pocos días atrás el señor Feinmann fue invitado al programa Palabras más, palabras menos, que se emite por TN Noticias, para opinar sobre la cuestionada – por los intelectuales que conforman Carta Abierta - invitación al reciente Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Junto a Martín Caparrós, debía exponer su parecer sobre tal invitación. Hace tiempo que JPF (como tantos otros en Argentina) no disimula su simpatía por el gobierno actual. Otro de los que pusieron el grito en el cielo por la invitación.


Pero voy a cometer una digresión para luego volver sobre este personaje. Que lo es, sin dudas.


Sigo. El periodista Joaquín Morales Solá, refiriéndose a la situación provocada por los integrantes de Carta Abierta y advirtiendo que su gente había metido a la Presidente en un brete dijo, en una nota aparecida tres días atrás en el diario La Nación:
“…la izquierda de su propia fracción la sorprendió con otro zafarrancho: pidió que Mario Vargas Llosa fuera censurado como orador principal de la Feria del Libro. Es un contrasentido que intelectuales clamen al cielo por la censura. Pero el kirchnerismo cree que todo le pertenece: esa feria es un evento privado que puede hacer lo que quiera en un país supuestamente libre. Los intelectuales kirchneristas ni siquiera han leído a Vargas Llosa; el célebre escritor es el más persistente luchador, entre los escritores latinoamericanos, contra los autoritarismos de cualquier signo, sean militares o civiles.
Sólo la última dictadura militar censuró a Vargas Llosa y a Julio Cortázar. Una vez más, la historia demuestra que la matriz del autoritarismo es una sola. ¿El pensamiento económico de Vargas Llosa es liberal? Sí. Pero ¿acaso la opinión es un delito en la Argentina de hoy? Vargas Llosa no es un liberal. ¡Es el último premio Nobel de Literatura! , se escandalizó un peronista que solía frecuentar al kirchnerismo. Es ahora también, quizás, el escritor con más repercusión periodística en el mundo. Es lo que Cristina entrevió en soledad cuando ordenó frenar la censura contra Vargas Llosa; éste vendrá a la Argentina, pero nada lo salvará del acoso y la agresión del kirchnerismo más rancio. No importa. Vargas Llosa es un escritor excepcional, pero también un hombre con un enorme coraje”

Por su parte el periodista Juan Cruz, del diario español El País escribía lo siguiente al respecto:
Entristecido, y sorprendido” - se ha mostrado Vargas Llosa - “sobre todo porque esa actitud haya sido encabezada por el director de la Biblioteca Nacional; que sea él quien pida un veto, una censura, con unos argumentos nacionalistas tan pequeñitos, tan estrechos, es desmoralizador.
Eso, agrega, “no está a la altura de lo que es la cultura argentina”. Mario Vargas Llosa ha escrito resmas enteras de textos sobre algunos de aquellos personajes sobre los que se edifica el conocimiento exterior de la cultura argentina de los últimos siglos; y, por supuesto, también ha escrito contra el Gobierno actual, y contra gobiernos pasados, como la ominosa dictadura, que también le vetó. Desde ese puesto de vigilancia intelectual y literaria, y también política, asistió perplejo ante la propuesta de veto.
La propia presidenta intervino para que no prosperara el veto. El Nobel dice: “Le agradezco a la señora Kirchner su intervención y me da la impresión de que es más lúcida que los intelectuales que la apoyan”.

Ahora sí, vuelvo al tema que causó esta digresión. Cuando las cámaras de TN volvieron al piso, en uno de los bloques de Palabras más, palabras menos, se lo vio a Caparrós y a los conductores pero Feinmann brillaba por su ausencia. Sorpresa: salió al aire vía telefónica arguyendo que la esposa había salido, él se había quedado encerrado en su casa y…por lo tanto no podía llegar al estudio! Por lo demás, no fue muy contundente en manifestar su rechazo a V. Llosa en la apertura de la Feria del Libro.

Como bien reflexionó una amiga a raíz de esta comedia de enredos:
“El hecho de que Feinmann los dejara plantados a Tenembaum y Zlotogwiazda, y tuviera que hacerse oir por teléfono porque se quedó encerrado en su casa… describe muy bien el calibre de su intelecto. Se puede entender a Heidegger y seguir siendo un imbécil y el hombre nos está dando sobradas pruebas de ello.”

Cabe agregar que situaciones como éstas (por un lado el autoritarismo y la censura y por otra, la estupidez) me provocan vergüenza ajena.

¡Ah! y como bien opinaba el propio Feinmann: “Sólo hay que apagar el televisor”

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