domingo, 1 de agosto de 2010

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Experiencias de vida en la Argentina de la tergiversación

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Por J Lagos (con el aporte de Samuel “Lito” Paszucki)

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Lo que leeremos en esta nota es una transcripción casi textual de una circunstancia vivida por el matrimonio integrado por Inés y Lito Paszucki, dos personas que aman el arte y todo lo bueno que la vida ofrece. Son dos “disfrutadores” – no usaría la palabra “hedonista” en este caso – que saben ubicar a las cosas en su justo término. Como son amigos, además, tras contarme esta experiencia, le sugerí a Lito que me lo narrara por escrito, pues es un testimonio que merece ser difundido. Aquí va.

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“Estábamos pasando unos días en Capital Federal, disfrutando de todo lo que esa ciudad ofrece en materia de arte y espectáculos. Pero con Inés teníamos una idea fija: visitar Glew. Tras varios meses de tratativas y luego de varios intentos frustrados, el martes 6 de julio nos decidimos. Entiéndase que ese lugar, para mi esposa y para mí, significa Soldi. Viajamos a pesar de no haber recibido respuesta a nuestros correos y no lograr comunicarnos telefónicamente para averiguar horarios y/o concertar una visita guiada; pero una vez tomada la decisión, hacia allá nos largamos.

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“Nos movilizamos en transporte público; del centro a Constitución en subte ($1.10 el boleto) y luego en tren del FFCC ROCA ($ 3.- ida y vuelta) a Glew. El costo total de viaje, ida y vuelta: $ 5.20 cada uno (allí entendimos algo de la imperiosa necesidad de dinero para subsidios que tiene la presidente). Después de 40 minutos en tren llegamos a Glew. Es una ciudad obrera, chata, de aproximadamente 70.000 habitantes.

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“Inicialmente nuestra intención era visitar la Capilla de Santa Ana (por sus murales pintados por Soldi) y, opcionalmente, la Fundación. El destino quiso que preguntando llegáramos primero a ésta. Tocamos el timbre de la casa, nos abrió una empleada, anunciamos nuestra visita desde Córdoba y, menos de cinco minutos más tarde, apareció Zulema. Ella es quien está a cargo de la entidad y oficia de guía para los visitantes.

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“Después de unos pocos minutos nos dimos cuenta de nuestra suerte.: Zulema lo conoció personalmente al maestro. El museo posee alrededor de 50 obras de Soldi, principalmente de su período amarillo (primera época) y del azul. Impensables allí. Zulema conoce la historia de cada uno de los cuadros exhibidos y nos la contó con amor. Cada vez estábamos más contentos. Casi al final de la visita llegaron alumnos de una escuela primaria de la zona. Entonces nuestra guía nos condujo a un pequeño auditorio (calculamos para 120 personas), con antiguas butacas de cine. Allí pudimos admirar dos enormes cuadros con ángeles que formaron parte de la decoración del viejo programa “La Botica del Angel”; además, en el escenario, había cuatro enormes paneles de papel, parte de una decoración pintada por el artista.

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“Pudimos ver una película sobre el maestro, filmada por su hijo. Con apariciones de Soldi; con entrevistas en las que refiere historias de su vida en Glew y sus obras. La voz que narraba nos resultaba conocida: era la de China Zorrilla, quine ni aparece en los créditos.

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“Decidimos con mi esposa que debíamos colaborar con esa obra. Hay en venta láminas y xerigrafías; optamos por dos de éstas. La alegría de Zulema era enorme; nos comentó que con ese dinero “podría pagar la luz hasta fin de año” (sic). Como el monto era importante, le pregunté el motivo por el que se pagaba tanto de energía. Me contestó que tenían un servicio catalogado como “comercial”. No entendí nada. Ante la pregunta de porqué no hacían una labor mayor de difusión, nos contestó que el hijo del maestro no quería transformar la fundación en algo marketinero. Se mantienen con lo que pueden vender allí: hacía tres meses (hasta nuestra llegada) que tal cosa no sucedía…

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“Visitamos luego la Capilla de Santa Ana, cuyos murales fueron pintados por el maestro durante 23 veranos. Sin palabras.

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“A cuarenta minutos de Buenos Aires hay una joya desconocida. Argentina tiene algo más que tango, asado y cueros. “

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Hasta aquí el relato del matrimonio Paszucki. ¿No les dije que valía la pena leerlo?

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