viernes, 19 de septiembre de 2008

Mamma mía!

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Desde hace tres décadas la vemos derrochar talento siendo siempre la número uno. Y sin embargo, no necesita del glamour ni de los escándalos. Su vida personal transcurre desde hace mucha décadas al lado del mismo hombre del cual poco se sabe. En realidad nunca menciona nada de su privacidad y es casi un enigma. Sólo trabaja y lo hace de manera soberbia. Sí, por supuesto, se llama Meryl Streep


Desde aquella jovencísima Julia (1977) y su consagración un año después en El Francotirador, mucho tiempo ha transcurrido. Llegó el Oscar con Kramer vs Kramer (1979); el arrobo del público con La Amante del Teniente Francés (1981); otro Oscar por su magnífica interpretación en La Decisión de Sofía (1982); la gloria con Africa Mía (1985).


Algunos años intermedios de roles menos refulgentes y nuevamente el deslumbramiento con Los Puentes de Madison (1995). En el ínterín, roles menos fulgurantes –pero no menos importantes– como en Silkwood (1983), Reencuentro (1996) o El Embajador del Miedo (2004), intercalados por maravilas como Las Horas (2002). Y no abandonando la costumbre de ser nominada, una y otra vez, a candidata al premio de la Academia como mejor actriz.


Hasta que, dos años atrás, de nuevo el estrellato interpretando a una soberbia, glamorosa anche humana Miranda Priestley en El Diablo Viste a la Moda (otra candidatura).
Y en este 2008 arremete con su toque mágico de gran señora de la escena con su trabajo en Mamma Mía!

Pocas veces (quizá Bette Davis, las dos Hepburn o Sophia Loren puedan servir de comparación) una actriz se ha mostado tan carismática y versátil. Streep canta, baila, juega, seduce y encanta. Siempre bien. Siempre maravillosa. Jamás se ha podido decir de ella que no ha estado acertada en su caracterización, en su interpretación. Su mirada pensativa y un cierto mohín de sus labios son su marca registrada. Y sin ser linda, es hermosa.


Hay un momento en esta última actuación, cuando en el sendero que sube a la capilla se detiene junto al personaje que interpreta Pierce Brosnan e interpreta “The winner takes it all” (bella melodía de ABBA) en que el espectador se da cuenta que, de tan romántica, la escena podría caer en lo cursi y lo melodramático. Pero no: ella se planta frente a cámara, se lo cree y saca recursos y matices inesperados salvando al personaje de manera ejemplar. Sólo una gran actriz puede llegar a hacer tal cosa. Y el espectador sale del cine con la íntima convicción de que al título del filme -más allá de otras referencias– se lo merece ELLA y sólo ELLA.


Clint Eastwood ha dicho que es la actriz más luminosa que ha conocido. De Niro, que no hay actor o director que no quiera trabajar con ella.
Razón no les falta.
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