domingo, 29 de julio de 2007

La verdad si duele

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Se llama Fernando Vallejo, es colombiano y autor de obras maestras como La virgen de los sicarios o El desbarrancadero. Ahora llegó con La Puta de Babilonia (Planeta-2007). Hay quienes se atreven a decir que si no existiera García Marquez el cetro al mejor autor colombiano se lo llevaría él. Difícil sería contradecir a quienes enarbolan tal audacia. Vallejo es de una verba escrita aguda y exquisita; brutal y sin vueltas; no hay concesiones en su discurso, ni con él mismo ni con los demás. Un poco al estilo de nuestro Andrés Rivera pero con mayor lirismo, si se quiere (mientras se burla de todo un poco).

La Puta de Babilonia “llamaban los albigenses a la Iglesia de Roma según la expresión del Apocalipsis”. Así -descarnado- titula Vallejo a su último trabajo. Allí hace una recorrida por los abusos que desde el año 323 hasta la fecha se han cometido en nombre de una fe religiosa que se ha extendido por todo Occidente. Pero no sólo de la católica se burla despiadadamente el escritor. Según sus palabras “las religiones semíticas: la cristiana, la judía y la islámica han sido y son pestes para la humanidad”.

Después de lo sucedido durante años a Salman Rushdie (Versos Satánicos) sólo resta temer por la integridad física del colombiano- quien ha abandonado su nacionalidad últimamente. Pero como él mismo dice con total desparpajo, burlándose de todo el mundo, las cosas no trascienden de la misma manera desde las páginas de los libros. Y si así no fuera, poco miedo le tiene a la muerte, que anhela sea ¡por asesinato en las calles de Colombia!

Entiendo que Vallejo pueda resultar chocante y que pocos puedan tolerar sus exabruptos irreverentes y blasfemos. Pero quien lea el libro con atención seguramente coincidirá en admitir la asombrosa erudición del autor. Con un estilo que raya en lo desopilante, pleno de humor negro, va enumerando a lo largo de 300 páginas todas las atrocidades que se han cometido en nombre de la fe. Nadie se salva, excepto los animales, por los que siente una compasión que envidiaría cualquier humano.

Más allá de la inmensa bibliografía y conocimiento que el autor despliega -y refiriéndonos sólo a lo que atañe a la Iglesia Católica- uno no puede dejar de pensar en los siglos de Inquisición; en la conquista de las Indias- y su atroz carnicería-; en la complacencia ante el nazismo, y (más recientemente), en un Von Wernich o un Monseñor Storni o un Padre Grassi. O las indemnizaciones que deben pagar la diócesis de Boston y la del estado de California ante las demandas de estupro…

Duele. Duele mucho. Y parafraseando al Nano: “la verdad sí duele y no tiene remedio”
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