domingo, 3 de junio de 2007

"La vida de los otros" (nota n° 1)

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Cuando decidí escribir sobre esta película –mencionada en mi edición anterior, la semana pasada – descubrí que es tan rica como para hacer varias notas. Filme alemán, dirigido por Florian von Donnersmarck, ganó el Oscar a la mejor realización extranjera hace cuatro meses.

Trama: Berlín Oriental – 1984. Ya se perfila la glasnost pero la Stasi todavía se mueve a su gusto. Y aunque el gobierno de Honecker vive sus últimos días hay quienes ejercen el poder con persecuciones, censura, control de ciudadanos peligrosos. Sobre todo de intelectuales…Lazlo, prestigioso dramaturgo, es sospechado por los jerarcas. Además, su bella amante, famosa actriz, es pieza deseada por uno de los ministros del régimen. Comienza el calvario…Mientras tanto, la vida cotidiana es dificultosa. Los objetos suntuarios se valoran enormemente. Un libro; una lapicera; una bebida espumante…

Visité por primera vez Berlín Oriental en 1986. Si se pasaba desde el oeste, ya en ese entonces no había necesidad de atravezar uno de los puestos de control que se hicieran tan famosos, como el Checkpoint Charlie, etcétera. Tras algunos trámites, nuestra amiga Irmtraud consiguió que Cheté (Cavagliatto) y yo- que veníamos de la India- cruzáramos en tren desde la parte occidental. Habiendo vivido durante bastante tiempo en Alemania, Cheté quería visitar a algunos amigos que residían “del otro lado” y a quienes no había visto por años.

Me encontré con una escenografía que me recordó a “El tercer hombre” (1949), el soberbio film de Carol Reed , basado en una novela de Graham Greene, cuya acción transcurre en la Viena de posguerra, que en la película se veía oscura, triste, en penumbras, pobre y desolada. Lúgubre y sombría. Berlín Oriental, más de 35 años después, hizo que aquellas escenas revivieran en mi mente. Allí estábamos. Era pleno invierno y nevaba.

Visitamos algunos monumentos de rigor; entramos a algo que llamaban supermercado,( nunca voy a olvidarme de las estanterías y bandejas vacías, en una de las cuales descubrí dos o tres tubérculos solitarios); vimos una obra de Brecht – no recuerdo cuál – en la Volksbühne y al salir – ya de noche aunque no pasaban de las 6 de la tarde- buscamos un lugar donde cenar. Llegamos al hotel más encumbrado donde se servía la mejor comida, según se decía…Restos de un antiguo esplendor lo hacía todo más triste aún…Cuando se quiere disimular la pobreza con dignidad, la simpatía y la compasión son mayores y sentí que mi corazón se inundaba de ternura.

Al salir, siempre acompañadas por algunos buenos amigos, mientras nos dirigíamos a la estación de trenes para emprender el regreso al oeste, pasamos por delante del Reichstag. Era noche cerrada y la oscuridad casi total. Algunos farolitos colgaban en postes en las esquinas y había grandes extensiones de manzanas sin construcciones, con algunas barracas, tal como habían quedado desde hacía varias décadas, después de la guerra. La enorme mole fantasmal era un mudo testigo de aquella época de horror.

Volvimos al oeste. Allí todo era algarabía, bonanza y consumismo. Tal como se puede ver en algún momento en La Vida de los Otros. (Continuará).
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