sábado, 9 de junio de 2007

"La vida de los otros" (continuación)

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Georg/Lazlo está conmovido pues su amigo Albert Jerska le ha regalado la partitura de la Sonata Para un Hombre Bueno (compuesta especialmente para el filme por Gabriel Yared) para su cumpleaños. Jerska es un prestigioso director de teatro que vive, como todos ellos, en Berlín Oriental y cuyo nombre ha sido incluído hace ya casi diez años en las listas negras de los que no pueden trabajar. Lazlo, artista sensible y por lo que se aprecia, pianista consumado, comienza a interpretarla.

Emocionado por la música, recuerda una frase de Lenín, quien dijera que “de seguir escuchando la Appasionata de Beethoven, ponía en riesgo la concreción de la Revolución”…Mientras tanto Wiesler (miembro de la Stasi), no puede evitar que sus ojos se humedezcan, al tiempo que escucha lo manifestado por Georg a través de los auriculares con los que sigue y registra todos los movimientos de aquél en su departamento. Wiesler se ha instalado en la buhardilla del edificio obedeciendo órdenes de la Policía Secreta a la cual pertenece.

Hace varios años, el director Daniel Borenboim comenzó una cruzada para unir a los pueblos palestino-israelí a través del intercambio musical. Reunió grupos de jóvenes intérpretes de ambos orígenes y junto a su colega Edward Said -ya fallecido- ha demostrado que la convivencia entre ellos es posible.
La Orquesta West- Easter Divan es un claro ejemplo de tal planteo luego de siete años de vida, aunque esa actitud no ha dejado de ser cuestionada por considerársela carente de realismo, vana declaración de buenas intenciones por parte de dos ilusos.
Recordemos que Baremboin (argentino nacionalizado israelí) se atrevió hace algunos años a ofrecer conciertos con obras de Wagner en Israel, provocando la furia de muchos. Se lo declaró “persona non grata”.

Hace algún tiempo, invité a mi programa de televisión Según Pasan los Días al prestigioso musicólogo cordobés Héctor Rubio. Cuando le comenté sobre la actitud de Barenboim – que personalmente me llena de esperanzas- me
miró con lástima ante mi ingenuidad y tajante me espetó:”Querida Jorgelina, muchos de los jerarcas nazis [
autores de los crímenes más siniestros] también amaban la buena música” (continuará).
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