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Recuerdo que el querido Gordo Cognigni – antes de que su vida se precipitara por el desbarrancadero- en una nota que le hice en radio ( en la década del 80), con mirada soñadora y voz trémula, dijo emocionado, hablando de la ciudad de Córdoba: “El aire de Córdoba tiene un no sé qué…” Más de veinte años después –cuando hace tiempo Alberto buscó su lugar en el cielo de los buenos- la frase me suena a cachetada. Tanta es la impotencia que nos embarga a los que amamos a esta urbe sucia, maloliente, descuidada, depósito y semillero de autoridades corruptas e inútiles que, o se llenan los bolsillos o no saben maniobrar con habilidad para que la prioridad mayor pase a ser el bien de todos.
¿Estoy molesta? Sí, seguro. Estoy furiosa porque desde hace casi diez años la ciudad ha sido abandonada a su suerte. Si se me reprocha porque me dejo llevar por la nostalgia de que “todo tiempo pasado fue mejor”, le aseguro rotundamente que razón no me falta. La Córdoba de las avenidas limpias, de las calles barriales sin baches, de la basura reservada puertas adentro hasta la hora del paso del camión recolector, del Area Peatonal primoroso, de los letreros de neón rutilantes…dónde está?
¿ Hace mucho que no pasa por la Plaza San Martín? Pruebe a hacerlo. Todos los perros vagabundos de la ciudad tienen allí su cucha. El pasto- debería estar maravilloso después de tanta lluvia- brilla por su ausencia. Ya no hay jardineros en la plazas…¿Dónde están? ¿Cobrando planes que todos pagamos y cuyo beneficio recogen las autoridades cuando llegan las elecciones?
Esta maravillosa profesión de periodista tiene un costado ingrato: señalar los aspectos negativos. De lo que corresponda. Pero la deformación profesional - o la ética, llámelo como prefiera- es más fuerte. Y el detonante de toda esta sanata ( que hace tiempo venía rumiando) fue una nota aparecida en la sección Turismo de La Voz del Interior del domingo 1 de abril de 2007.
Allí, en la página G4 un título destacado decía: “Rosario se puso un collar de perlas- Armonía entre el presente y el pasado”.
Seguidamente el cronista enumeraba los aciertos de todos los habitantes – ciudadanos comunes, fuerzas vivas, funcionarios, etcétera- que han hecho causa común para embellecer una ciudad que se había pauperizado hasta situaciones inauditas. Dice la nota, entre otras cosas: “De 2001 en adelante, se puso en marcha un programa especial elaborado por representantes del gobierno, el Colegio de Arquitectos, la Facultad de Arquitectura y el Museo de la Ciudad, entre otras entidades y pensaron estrategias para conservar el patrimonio cultural urbano y rescatar la identidad de la ciudad”.
Con mucho fastidio e impotencia pienso en las querellas personales de nuestras autoridades, distanciamientos que todos pagamos. En la enorme cantidad de contratados que pasan a integrar plantas permanentes. En el deterioro creciente de una urbe que se llamaba a sí misma “Córdoba la Linda”. Y recuerdo que hace no más de dos meses, tuve que poner cara de póker ante un artista cordobés que trabaja con frecuencia en la ciudad santafecina y hablando de sus linduras me soltó : Rosario es, sin ninguna duda, la segunda ciudad del país.
¿Estoy molesta? Sí, seguro. Estoy furiosa porque desde hace casi diez años la ciudad ha sido abandonada a su suerte. Si se me reprocha porque me dejo llevar por la nostalgia de que “todo tiempo pasado fue mejor”, le aseguro rotundamente que razón no me falta. La Córdoba de las avenidas limpias, de las calles barriales sin baches, de la basura reservada puertas adentro hasta la hora del paso del camión recolector, del Area Peatonal primoroso, de los letreros de neón rutilantes…dónde está?
¿ Hace mucho que no pasa por la Plaza San Martín? Pruebe a hacerlo. Todos los perros vagabundos de la ciudad tienen allí su cucha. El pasto- debería estar maravilloso después de tanta lluvia- brilla por su ausencia. Ya no hay jardineros en la plazas…¿Dónde están? ¿Cobrando planes que todos pagamos y cuyo beneficio recogen las autoridades cuando llegan las elecciones?
Esta maravillosa profesión de periodista tiene un costado ingrato: señalar los aspectos negativos. De lo que corresponda. Pero la deformación profesional - o la ética, llámelo como prefiera- es más fuerte. Y el detonante de toda esta sanata ( que hace tiempo venía rumiando) fue una nota aparecida en la sección Turismo de La Voz del Interior del domingo 1 de abril de 2007.
Allí, en la página G4 un título destacado decía: “Rosario se puso un collar de perlas- Armonía entre el presente y el pasado”.
Seguidamente el cronista enumeraba los aciertos de todos los habitantes – ciudadanos comunes, fuerzas vivas, funcionarios, etcétera- que han hecho causa común para embellecer una ciudad que se había pauperizado hasta situaciones inauditas. Dice la nota, entre otras cosas: “De 2001 en adelante, se puso en marcha un programa especial elaborado por representantes del gobierno, el Colegio de Arquitectos, la Facultad de Arquitectura y el Museo de la Ciudad, entre otras entidades y pensaron estrategias para conservar el patrimonio cultural urbano y rescatar la identidad de la ciudad”.
Con mucho fastidio e impotencia pienso en las querellas personales de nuestras autoridades, distanciamientos que todos pagamos. En la enorme cantidad de contratados que pasan a integrar plantas permanentes. En el deterioro creciente de una urbe que se llamaba a sí misma “Córdoba la Linda”. Y recuerdo que hace no más de dos meses, tuve que poner cara de póker ante un artista cordobés que trabaja con frecuencia en la ciudad santafecina y hablando de sus linduras me soltó : Rosario es, sin ninguna duda, la segunda ciudad del país.
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