domingo, 1 de abril de 2007

La princesa estaba triste. Y nosotros también

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Eran alrededor de las 10 de una mañana desapacible. Entré apurada por el largo pasillo, habitualmente oscuro. La vieja casona de la calle Maipú al 100 albergaba a la emisora radial LV2, La Voz de la Libertad, resabio de la en su tiempo llamada Revolución Libertadora ( la que echó a Perón del gobierno en 1955 ). Me dirigí hacia donde terminaba el corredor y abrí la puerta del estudio desde donde se hacía la transmisión. El locutor Claudio Salinas era quien encabezaba el elenco de colaboradores que todas las mañanas hacíamos un programa-ómnibus, el más escuchado en la provincia. De inmediato alguien se apresuró a indicarme: me llamaba el director artístico a su oficina. Sin sospechar absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo, hacia allí me dirigí.

Hacía cuatro años que yo me ocupaba de la sección arte y espectáculos de la radio. Era casi un comodín y estaba disponible para ocupar mi lugar a la mañana o a la tarde. Pero además tenía un pequeño “micro”- así se lo llamaba entonces- en el noticiero de las 7 de la mañana en el que debía hablar de hechos sobresalientes sobre mujeres destacadas en mi país o en el mundo entero. Viviendo los tiempos que vivíamos desde hacía ya varios años (estábamos en 1982) debía hacer malabares para encontrar material potable a fin de no provocar las iras de La Superioridad. Lo intrascendente y lo banal eran moneda corriente.

Para esa mañana yo había dejado grabado el tal micro, pues a nadie se le habría ocurrido que para hacer esa pequeña incursión de unos pocos minutos yo tuviese que estar en el estudio en vivo y en directo. Las grabaciones se hacían con varios días de anticipación y así se cubría toda la semana. Debo aclarar que nadie controlaba los contenidos. Ese día- y tras revolver las pocas posibilidades que tenía a mano- había elegido hablar de Margarita de Inglaterra, princesa conflictuada si las hubo y digna antecesora de quien luego fuera Diana de Gales.

Creo ( a tanto no llega mi memoria) que en esos días la tal princesa había tenido algún problema con un modelito que había debido usar en una recepción y no sé qué inconveniente se le había presentado a último momento. La cuestión es que luego de sentarme frente a mi jefe, éste entra a contarme: hacía un rato lo habían llamado del Tercer Cuerpo de Ejército, muy molestos, pues por esas horas Argentina había hecho pie en las Malvinas y yo había osado hablar del enemigo, para colmo despreocupada y frívolamente…

Advertí que estaba furioso. Y a continuación me dio la noticia: se me impondrían diez días de suspensión. Al intentar una defensa, me hizo callar en el acto, agregando: “ Alguien tiene que pagar por esto. Y no voy a ser yo. Vas a ser vos”. Me levanté en trance sin entender un comino de lo que estaba pasando, rumiando mi mortificación por la injusticia, maldiciendo a tirios y troyanos. Por supuesto, era el comienzo de un infierno mucho más grande e importante que el mío. Era el 2 de abril de 1982.
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