lunes, 21 de febrero de 2011

Prima ballerinas: ¿un mundo de poder?
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Por J. Lagos

Personalmente, debo admitir que me mantuvo en una saludable suspenso – no el que hace pensar: ¿cómo terminará esto?, sino la pulsión, la tensión que provoca la trama bien urdida, el tema bien manejado. “El cisne negro” es un magnífico trabajo cinematográfico, que, aunque puede parecer truculento o morboso, en verdad tiene las dosis de ingredientes adecuados para despertar el interés incondicional del espectador dentro de lo que se da en llamar un thriller psicológico de terror.
Estoy hablando obviamente del largometraje de Darren Aronofsky, que se está imponiendo, quizá, en la preferencia del público como mejor película del 2010 en vistas a la próxima entrega de los Oscar. Pero esta es una cuestión que no interesa para esta nota. Sí puntualizamos que el personaje de Nina (Natalie Portman) debe sufrir – además de sus propios terrores – el autoritarismo y la voluntad caprichosa de un cínico coreógrafo (exacto Vincent Cassel) que ¿intenta estimularla? poniéndola en evidencia y burlándose de su pudor y de su candidez. Ella sufre permanentemente por su falta de autoestima.
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Todos recordamos las películas inmersas en el mundo del ballet clásico que el cine ha dado. Sinfonía de París, Momento de decisión, Sol de medianoche, La compañía, Nijinsky o Billy Elliott son algunos de esos títulos. Pero, si retrocedemos en el tiempo, hay dos trabajos (uno de 1948 y el otro de 1951) que tienen puntos en común con este cisne y ambos se refieren a la manipulación que puede llegar a sufrir una prima ballerina – frágil, vulnerable - en manos de un coreógrafo, un empresario o un artista que intenta ejercer sobre ella un poder voluptuoso, totalitario y a veces, hasta inhumano.
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Los dos filmes a los que me refiero son “Las zapatillas rojas” (1948), expresión hechicera del cine de ballet, si las hay, en la que Michael Powell dirigió a una soberbia Moira Shearer, basándose en el cuento de Hans Christian Andersen y “Los cuentos de Hoffmann” (1951), donde se volvió a reunir esta dupla maravillosa.
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En “Los cuentos…” es el artista creador (Spalanzani - Coppelius) enamorado de su criatura mecánica (Olympia), quien la hace danzar sin límites y, de esa manera, ejerce su dominación sobre una materia prima sutil, tenue, que no ofrece resistencia.
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Por su parte “Las zapatillas…” narra la historia de una bailarina clásica que se encapricha con un par de zapatillas mágicas hechas de un furioso satén colorado que obliga a quien las use a bailar por siempre jamás. Clásico cuento del gran autor danés, uno de los más maravillosos escritos por su pluma y su imaginación inigualables.
Hay aquí un empresario déspota que intenta controlar a una muchacha candorosa, ingenua, entregada, ávida de éxito.
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Pero - y aquí viene lo interesante del asunto – en el filme de 1948 el maldito de turno le dice a la muchacha, cuando ella le cuenta que se ha enamorado del compositor: “El bailarín que dependa de las dudosa comodidad del amor humano jamás podrá ser un gran bailarín”.
Sesenta y tres años después, en “El cisne…” el coreógrafo le repite a Nina, atormentándola y burlándose de su supuesta virginidad, que viva y se deje fluir, pues si sigue constriñendo su naturaleza, jamás podrá llegar a ser una gran bailarina.
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Dos posturas diametralmente opuestas que responden, sin dudas, a dos criterios impuestos por los tiempos y sus modas o costumbres.
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Pero – y a esto quería llegar – estas tres películas muestran situaciones que indican una actitud machista, despótica, absolutista ante personajes femeninos que, por una u otra razón, no pueden ofrecer resistencia. Y que quizá son menoscabados pues sus verdugos adivinan que no los pueden poseer.
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En definitiva, toda una cuestión de poder sexista.
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