sábado, 24 de julio de 2010

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Sobre el día del amigo
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Por Jorge Piva
jorospiva@yahoo.com.ar

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Hacia 1989 mi destino laboral me llevó a una tarea de clasificación de correspondencia dirigida a la Gobernación de Córdoba. Habían sido las elecciones generales ganadas por Carlos Menem y Angeloz, el candidato presidencial derrotado, reasumió la gobernación un día después. Entonces el secretario de prensa de la Gobernación, de quien yo dependía, me convocó a su despacho para decirme que estaban precisando provisoriamente alguien que supiera leer y escribir, y que habían pensado en mí, no porque yo destacara en esas funciones, sino simplemente porque terminada la campaña electoral –y agotado el presupuesto anual del área- no habría nada que hacer allí hasta el año siguiente, y yo debía justificar mi contrato. Era 15 de mayo.

Mi nueva tarea protocolar comenzó por ordenar una parva de papeles que se habían amontonado desde fines del año anterior, derivando las misivas hacia las áreas correspondientes, según cada tema. Téngase en cuenta que aún no existía el correo electrónico, los teléfonos seguían perteneciendo a la vetusta Entel y la comunicación epistolar tenía una vigencia que ahora nos parece anacrónica. Al cabo de la tarea –y del recalentamiento de la trituradora de papeles- quedaron algunas decenas de cartas cuyo destino o respuesta debía decidir la superioridad. Si bien la mayoría estaba dirigida al gobernador, a éste le llegaba solamente lo que antes había pasado por el secretario del secretario, y luego por el secretario, quienes en el camino disponían por sí la mayoría de las cuestiones. Esto, por comprensibles razones de ahorro de tiempo y atención de quien se suponía estaba para cosas más importantes que decidir si se donaba o no una bandera a los bomberos de Chazón, o si se declaraba de interés provincial un campeonato de bochas en Pasco.

Una de las carpetas más voluminosas era la que rotulé, para simplificar, como “Locos”. Había allí un poco de todo: propuestas para solucionar en un santiamén diversos problemas como el hambre en el mundo o la falta de agua en el desierto, videntes que anunciaban cataclismos varios, inventores, pruebas de la vida extraterrestre y avisos de conspiraciones para asesinar a presidentes, gobernadores y ministros. Recuerdo una deliciosa secuencia que duró varios meses: un grupo de estudiosos de los ovnis, de Tucumán, anunciaba su viaje a Córdoba para una fecha determinada, cuando, según ellos, se iría a producir un aterrizaje extragaláctico en el cerro Uritorco. A medida que se acercaba la fecha las notas eran más apocalípticas, inquiriendo sobre si las autoridades habían tomado los debidos recaudos, extrañados por no haber tenido respuesta. Fue por esos años que algunos vivarachos funcionarios de turismo de Capilla del Monte y alrededores habían vuelto a difundir noticias sobre avistaje de ovnis y fenómenos celestiales. Un noticiero televisivo de entonces, Nuevediario, dedicó varios programas a mostrar lucecitas que se movían en el cielo nocturno (eran autos trepando o bajando el camino a las Altas Cumbres), enanitos verdes y gnomos que salían desde abajo de la tierra. La serie de alertas del grupo tucumano terminó con un telegrama donde avisaban que los extraterrestres habían decidido postergar el aterrizaje.

En medio de todo ello había cartas que si bien no eran extravagantes, no encajaban en la clasificación temática común. Me llamó la atención una correctamente escrita por un tal Dr. Enrique Febbraro, donde solicitaba a las autoridades el apoyo necesario para la difusión de una iniciativa destinada a promover la concordia y la paz entre los argentinos y por qué no en la humanidad toda: el Día del Amigo. Interiorizado sobre el tema, el secretario respondió: “Hay que estar al reverendo pedo para ocuparse de estas cosas”. Yo entonces, que ya había aprendido la diferencia entre la verdad poética y la verdad política, escribí un borrador de respuesta a Febbraro donde se lo felicitaba por la iniciativa, deseándole éxito y asegurándole que el gobierno de Córdoba haría lo que estuviera a su alcance para difuminar en los espíritus de esta provincia la celebración de tan tocante fecha, o algo así. Y lo que estaba más al alcance, al lado del escritorio, era el tarrito de la basura, adonde derivó la carta de Febbraro. No recuerdo si la respuesta la firmó el secretario o el secretario del secretario, o el administrativo que ponía los sellos.

En los meses siguientes llegaron cartas similares y, dado el ajuste presupuestario vigente, directamente se ahorró papel y franqueo; no se respondieron y fueron a parar a lo que estaba al alcance.

Varios años después, alejado yo de aquellos protocolos oficiales, escuché por radio el anuncio de un menú para celebrar el día del amigo. Y después la publicidad de una regalería con el mismo motivo. Me sonreí: la iniciativa de Febbraro había prosperado. Supuse que había interiorizado a alguna cámara comercial, o algunos vendedores habían advertido que la ocasión podía servir para mover un poco el negocio. Mis sentimientos fueron encontrados: por una parte, pensé en la perseverancia de un individuo que un día, solo en el living de su casa, comienza a enviar cartas con una propuesta, que al cabo de los años comienza a efectivizarse. Por otra parte, en la actitud de rebaño abierto a las novedades de buena parte de nosotros, que vamos tras el arbitrio de cualquiera que un buen día se le ocurre cualquier cosa. En este caso, promover saludos, encuentros gastronómicos y regalos por el día del amigo. Pensé que habría quienes se sentirían obligados a comprar un regalito para el amigo invisible, saludar personalmente o por lo menos llamar por teléfono a los amigos, afligidos por la posibilidad de olvidarse de alguien. Y no faltarían quienes no recibieran el saludo y se sintieran menoscabados, elucubrando por qué fulano no lo saludó. Habida cuenta de los destinatarios que generarían dudas: ¿lo saludo o no? Y todo ello porque a Febbraro se le ocurrió, en 1969, viendo el primer alunizaje, que ese día podía festejarse como de concordia universal, paz entre los argentinos y demás etéreos valores.

Febbraro no fue original: diez años antes, un paraguayo perteneciente al Rotary Club –como nuestro inspirador- promovió la Cruzada Mundial de la Amistad entre los Seres Humanos (¿y los animales y vegetales?), en el marco a la vez de un programa o plan o ensoñación de Cultura por la Paz. Con distintos nombres y diversas fechas, la amistad tiene su día festivo en muchos países. No es de extrañar que el tema haya enraizado entre nosotros, propensos a festejar cualquier cosa, hasta las derrotas, como lo demostraron las miles de personas que fueron a recibir a la selección nacional de fútbol luego de su inelegante eliminación del campeonato mundial.

Tiempo atrás, a raíz de que a un diputado bonaerense se le ocurrió instituir por ley el Día de la Parrilla, el periodista y escritor Norberto Firpo recopiló en su columna de La Nación algunas de las más extravagantes celebraciones que tenemos los argentinos, fuera de broma: días de la suegra, del kiosquero, del condiscípulo, del tasador, del parapsicólogo, del entorno acústico saludable, de la prevención sísmica y de la refrigeración. En la ciudad de Córdoba, no sé en otras geografías, tenemos el día del vecino, curioso homenaje que involucra a todos, ya que todos somos vecinos de alguien. Disculpas por la obviedad, pero a veces, por ser mínimas, se nos pasan por alto estas tonterías.

Yo en lo esencial soy la misma persona, o creo serlo, que era antes de 1989, o 1994, o cuando empezó a difundirse esto del día del amigo. Hasta entonces no saludaba a ningún amigo en un día en particular, a lo sumo para su cumpleaños o año nuevo. No veo por qué tenga que hacerlo ahora, o sí: porque a alguien se le ocurrió imponer el día, que año tras año los dueños de restaurantes, ante todo, nos lo recuerdan, escudados en la excusa del valor espiritual, para vender treinta platos más o menos de milanesas con papas fritas. No rechazo por cierto los saludos para la ocasión, pero no se me ocurriría regalarle algo a algún conocido por el Día del Ingeniero Electricista, y supongo que no se enojará conmigo si no lo saludo, inadvertido de tan magno acontecimiento nacional.

El ejemplo actual más extremo de inducción de conductas sociales con fines comerciales quizá sea en nuestro país el de Halloween, una celebración tradicional en países anglosajones, y que aquí han empezado a promover los vendedores de disfraces y bolicheros, de modo de motivar a los jóvenes para que tengan una excusa más para juntarse, festejar, consumir, emborracharse, recibir el alba del día siguiente orinando en las veredas y vomitando en el auto, olvidados de qué festejaban y qué hacían allí. Podríamos devolverle la idea a los estadounidenses y la embajada argentina en Washington, por ejemplo, promover un festejo equivalente: el Día de la Pachamama, y ver cuántos norteamericanos pavotes se juntan a festejar disfrazados con ponchos y sombreros collas.

Mientras esto escribo oigo otro aviso radial: una oferta aprovechando el mes del amigo. ¿Y por qué ya que estamos no instituimos el trimestre del amigo? De igual modo y aunque no es mi caso, propongo poner en valor una problemática sensible a muchos de nuestros connacionales y seres humanos en general: la sequedad de vientre. El Día del Seco de Vientre, de promoverse e instalarse en los medios a través de una buena campaña publicitaria, puede revitalizar la industria farmacéutica de los laxantes, motivar a los restaurantes a preparar platos en base a ciruelas y remolacha, reforzar la venta de yogures para el tránsito lento y reflotar la alicaída fabricación de enemas, aquellas peritas de goma que recordamos con una mezcla de nostalgia y pavor cuando pensamos en nuestra infancia. Sólo faltaría determinar la fecha. ¿Alguien sabe qué día se inventó el aceite de ricino?

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