domingo, 23 de agosto de 2009

El hombre que está solo...

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Por Jorgelina Lagos
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A 50 años de su muerte, el actual poder ejecutivo decretó que 2009 sea declarado el “Año Homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz”. El periodista, pensador, filósofo y poeta correntino, fallecía el 30 de mayo de 1959, sumido en la desesperanza y la desilusión, tras el ninguneo que le hiciera el segundo período presidencial de Perón y el desconcierto que le provocó el desaire infligido a su apoyo moral e ideológico al gobierno de Arturo Frondizi.



A partir de la década del treinta y durante casi 20 años, un espíritu recorrió Buenos Aires. Es lo que se dió en llamar “el espíritu nacional o el espíritu de la tierra”. Se aposentó inspirando a cronistas, poetas, artistas. Los pensadores y los escritores respondieron al llamado de su gente, pues ésta era una nación necesitada de mitos, de leyendas, de identidades.

Un joven Jorge Luis Borges proclamaba: “No hay leyendas en estas calles y ni un solo fantasma camina por ellas”. El ciudadano de todos los días – castigado tras la Gran Depresión y desalentado por el golpe del año 30 - se reunía en los cafetines de la ciudad donde trataba de unir cuerpo con alma, mientras era de rigor la charla sobre el amor, la amistad, la política, el juego, la aventura y el aburrimiento. Despuntaba el espíritu de comunidad alrededor del fútbol y el cigarrillo era un gran aliado en la soledad. Detestaba a la mina traidora y seguía siendo la vieja el incondicional amor de su vida.

En una ciudad donde había pocas mujeres, la soledad del porteño era, en realidad, una soledad sexual, a la que el orgullo viril intentaba sublimar a través de ritos que nutrían el imaginario masculino. Este hombre oscilaba entre los 25 y los 50 años; se reunía con los amigos en el café; era un fanático cumplidor de la palabra empeñada; disimulaba los sentimientos; parco, recelaba de las palabras y, políticamente hablando, si su padre había sido un inmigrante con ideas anarquistas que intentaba hacerse la América, él, desilusionado, había llegado a ser el afanoso buscador de un gran mito nacional.

Este fue el hombre de Corrientes y Esmeralda…Este fue “el hombre que está solo y espera…” Este fue el que describiera Raúl Scalabrini Ortíz en 1931; un pensador que creyó encontrar en Perón al hombre que el destino tenía para la Patria. Soñó, junto a Arturo Jauretche y varios más que conformaron el grupo FORJA (Fuerza de orientación radical de la joven Argentina ) y aunado a artistas que pretendían una visión diferente((Homero Manzi, Enrique S. Discépolo, etcétera ), con un nuevo movimiento de neto corte nacional, una Argentina libre y soberana, sin vendepatrias ni ligada a intereses cipayos. Un país en el cual ni la oligarquía vacuna ni los capitales foráneos se quedaran con la tajada más grande

Mucho luchó S. Ortiz, al lado de A. Jauretche ( Manual de zonceras argentinas, El mediopelo en la sociedad de hoy) desde las páginas de libros y ensayos. Memorables son títulos como Política británica en el Río de la Plata e Historia de los Ferrocarriles Argentinos.. Recordables los artículos en revistas como Qué o De frente. Pero su ilusión se perdió en los meandros de las mezquindades que siempre rodean a los espíritus generosos.



Cincuenta años después se intenta hacer justicia a su memoria. Se lo usa como estandarte de una causa actual supuestamente emparentada con aquella. Se lo reivindica, conjeturando que tanto él, como Jauretche, como Manzi, como Discépolo, han sido arbitrariamente silenciados en las últimas décadas. Se enarbola sus nombres usufructuando la imagen de honestidad que aquellos sembraron a su paso y este gobierno de turno insta a seguir las bondades patrióticas que demostraron. Vano esfuerzo de manipuladores sin ética, aferrados a lo que está más a mano para hacer un poco de demagogia y conseguir una supuesta adhesión.

Apropiarse de la bandera enarbolada en su momento por Scalabrini Ortiz es propio de la actitud cerril y abusiva de estas gentes que nos gobiernan. El camino del infierno - o, al menos, el del purgatorio- está sembrado de buenas intenciones. No me queda ninguna duda de que Scalabrini Ortiz se volvería a sentir desconcertado si viera en qué estado se encuentra esta Nación (y cuál es el calibre del gobierno que propicia este homenaje ) que él, junto a un grupo de bienpensantes, se empeñó en forjar.
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