martes, 13 de abril de 2010

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Dos genios tronchados.
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por J.L..
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Fue una especie de meteoro, de centella, de estrella fugaz que cruzó el firmamento, pero en este caso, dejó una estela. ¡Y cómo! ¡Y cuánto! Desde entonces su nombre se convirtió en un mito, en una leyenda trágica, que fulguró y quedó en las imaginativas retinas de los fanáticos.
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Pensándolo bien, ha sido el boca a boca de los admiradores del mundo entero lo que lo ha hecho perdurar. Han quedado fotos de algunos momentos de sus actuaciones y hasta algunos fragmentos de viejos y trémulos filmes –segundos apenas– que dejan entrever su figura pero nunca su arte. Por eso hay que tomarse de las crónicas de la época y creerles, como se creen tantas otras cosas. Pero quizá lo que más se valore, ahora, con el paso de los años, sea su creatividad como coreógrafo: relativa, por cierto, ya que dejó poco escrito o dibujado. Pero con empeño algunos estudiosos han conseguido recopilar momentos, pasos, coreografías perdidas en el tiempo.Fue un tornado, un talento monstruoso para su tiempo, un verdadero creador. Se adelantó cincuenta años a su época. Tanto fue así, que una noche de mayo de 1913, París entero se horrorizó ante tamaño desmadre, ante tamaña osadía. Desde entonces, el arte de la danza comenzó a mirarse de otra manera. Había nacido un genio. Había nacido una criatura privilegiada a quien otro grande, como Maurice Bejart, denominó “el clown de Dios”. También había comenzado su descenso a los infiernos.
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Vaslav Nijinsky –que de él se trata– luego de una brillante trayectoria en el Teatro Imperial ruso, primero como estudiante y luego como bailarín, fue descubierto por un personaje subyugante, mezcla de bon vivant con empresario y mecenas. Serge Diaghilev se enamoró de aquel muchachito de rasgos caucásicos y decir torpe, perodeslumbrante sobre los escenarios y decidió que el mundo entero (léase toda Europa y América) debía conocerlo.
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Lo tomó bajo su protección; le contrató los mejores maestros y compositores, vestuaristas y escenógrafos, lo ubicó en lo más alto y juntos subyugaron a los públicos. En una época en que los danzarines varones casi brillaban por su ausencia, la presencia de los Ballets Russes de Diaghilev en 1909 en París, con un grupo de bailarinas y bailarines de altísimo nivel, dejó al tout París con la boca abierta. Y sobre todo fue la presencia inigualable de Nijinsky – sus saltos de casi ocho metros de largo, mientras permanecía suspendido eternos segundos en el aire, se transformaron en leyenda - lo que rodeó a la compañía de un halo mágico.
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Después de El espectro de la rosa, Petrushka, La siesta de un fauno o La consagración de la primavera (estas dos coreografiadas por él) ya nada volvió a ser lo mismo en el mundo del ballet. Nijinsky rompió los moldes tradicionales de lo clásico e innovó con nuevas formas, adecuándose a lo que en música proponían Claude Debussy o Igor Stravinsky.Pero esa gloria sería efímera.El bailarín rompió la relación personal que lo unía a Diaghilev; este lo despidió del cuerpo de baile y allí comenzó un deambular sin rumbo para Nijinsky, que nunca más encontró la cordura ni el apoyo imprescindible para sostener su arte. Se internó en un mundo de sombras del que ya no saldría. El empresario y la compañía también sufrieron la ausencia de su étoile.
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Diaghilev moriría en 1929 sin haber podido recobrar el antiguo fulgor.Nijinsky, que comenzó sus períodos de internación a partir de 1919, fallecería en abril de 1950, hace exactamente sesenta años. Dos vidas trágicamente desperdiciadas mientras se encontraban en el apogeo de su gloria..
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