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"El Museo de la Inocencia"
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por J. L.
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Acabo de terminar – al cabo de unos diez días de lectura salteada - uno de los libros más deliciosos que haya llegado a mis manos en los últimos tiempos. Tal como usted puede apreciar en el título de esta nota, me refiero a El museo de la Inocencia (Mondadori),el último trabajo aparecido en español del autor turco ( premio Nobel 2006) Orhan Pamuk.
Esta es una pura y convencional – o no, según cómo se mire – historia de amor. De un amor contrariado desde el principio y que le duró a Kemal Bey, protagonista de la novela (escrita en primera persona) alrededor de treinta años; es decir, su vida entera.
No busque aquí alguna postura política específica del autor (algo contra lo cual ha tenido que batallar hasta llegar al autoexilio hace algunos años). No; ésta es solamente una historia estupendamente narrada, con toda la minuciosidad de un espíritu riquísimo, para el cual nada es accesorio y todo es esencial.
En este largo relato, que consta de 640 páginas, Kemal nos cuenta la circunstancia que lo llevó a conocer a la joven Füsum y enamorarse perdidamente de ella, estando ya comprometido para casarse a través de un matrimonio concertado anteriormente. Y si bien la novela mantiene al lector en vilo hasta el final, no dejando entrever ni un atisbo de lo que sucederá y de cómo se resolverá ese capricho amoroso que dura varias décadas, no es el suspenso lo que enamora del libro. Lo que apasiona es cómo Pamuk describe detalladamente cuanto rodea de la vida y las circunstancias de ese hombre obsesionado, que para honrar a la amada decide recoger cuanto objeto haya tenido que ver con la existencia cotidiana de esa muchacha: un lápiz, una prenda, un adorno, una hebilla para el pelo, una estatuilla tosca de cerámica, frascos vacíos de perfume, colillas de cigarrillos, etcétera.
Y lo maravilloso es que ese extraordinario despliegue de detalles no aburre: sirve sí para hacerse el lector una composición de lugar más certera, forjar un sentimiento más aproximado a las vicisitudes, alegrías y desventuras de ese hombre perdido por una mujer ¿Perdido? En realidad, no. Pues la novela comienza haciendo mención al día más feliz en la vida de Kemal Bey: el 27 de abril de 1975 y termina el 12 de marzo de 2007, en que antes de morir asegura: “Que todo el mundo sepa que he tenido una vida muy feliz”
Quizá esté de más mencionar que a través de los vericuetos de esta historia amorosa, se van descubriendo la vida y los seres que pueblan esa ciudad increíble, por muchas circunstancias, que es Estambul. Todo es riquísimo y variopinto allí; además se atisba su realidad política, tan vapuleada. Nada de esto extraña, al ser Pamuk un autor tan avezado y brillante, amante incondicional de esa ciudad que tanto ha mostrado en sus otras novelas.
En la revista adnCultura (La Nación) de hace tres semanas, un crítico literario, con todo el vuelo de un académico, hizo un comentario sobre este libro. Pero al advertir qué flaco favor le hacía al dejar de lado todo el encanto que contiene y la delicia que provoca, me decidí a escribir esta nota. No tan solemne quizá, ni con la mirada distante de un observador despojado de emoción, pero con un poco más de pasión.
Pues eso es lo que me provocó el libro.
Que además, por cierto, es una verdadera obra de arte.
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por J. L.
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Acabo de terminar – al cabo de unos diez días de lectura salteada - uno de los libros más deliciosos que haya llegado a mis manos en los últimos tiempos. Tal como usted puede apreciar en el título de esta nota, me refiero a El museo de la Inocencia (Mondadori),el último trabajo aparecido en español del autor turco ( premio Nobel 2006) Orhan Pamuk.
Esta es una pura y convencional – o no, según cómo se mire – historia de amor. De un amor contrariado desde el principio y que le duró a Kemal Bey, protagonista de la novela (escrita en primera persona) alrededor de treinta años; es decir, su vida entera.
No busque aquí alguna postura política específica del autor (algo contra lo cual ha tenido que batallar hasta llegar al autoexilio hace algunos años). No; ésta es solamente una historia estupendamente narrada, con toda la minuciosidad de un espíritu riquísimo, para el cual nada es accesorio y todo es esencial.
En este largo relato, que consta de 640 páginas, Kemal nos cuenta la circunstancia que lo llevó a conocer a la joven Füsum y enamorarse perdidamente de ella, estando ya comprometido para casarse a través de un matrimonio concertado anteriormente. Y si bien la novela mantiene al lector en vilo hasta el final, no dejando entrever ni un atisbo de lo que sucederá y de cómo se resolverá ese capricho amoroso que dura varias décadas, no es el suspenso lo que enamora del libro. Lo que apasiona es cómo Pamuk describe detalladamente cuanto rodea de la vida y las circunstancias de ese hombre obsesionado, que para honrar a la amada decide recoger cuanto objeto haya tenido que ver con la existencia cotidiana de esa muchacha: un lápiz, una prenda, un adorno, una hebilla para el pelo, una estatuilla tosca de cerámica, frascos vacíos de perfume, colillas de cigarrillos, etcétera.
Y lo maravilloso es que ese extraordinario despliegue de detalles no aburre: sirve sí para hacerse el lector una composición de lugar más certera, forjar un sentimiento más aproximado a las vicisitudes, alegrías y desventuras de ese hombre perdido por una mujer ¿Perdido? En realidad, no. Pues la novela comienza haciendo mención al día más feliz en la vida de Kemal Bey: el 27 de abril de 1975 y termina el 12 de marzo de 2007, en que antes de morir asegura: “Que todo el mundo sepa que he tenido una vida muy feliz”
Quizá esté de más mencionar que a través de los vericuetos de esta historia amorosa, se van descubriendo la vida y los seres que pueblan esa ciudad increíble, por muchas circunstancias, que es Estambul. Todo es riquísimo y variopinto allí; además se atisba su realidad política, tan vapuleada. Nada de esto extraña, al ser Pamuk un autor tan avezado y brillante, amante incondicional de esa ciudad que tanto ha mostrado en sus otras novelas.
En la revista adnCultura (La Nación) de hace tres semanas, un crítico literario, con todo el vuelo de un académico, hizo un comentario sobre este libro. Pero al advertir qué flaco favor le hacía al dejar de lado todo el encanto que contiene y la delicia que provoca, me decidí a escribir esta nota. No tan solemne quizá, ni con la mirada distante de un observador despojado de emoción, pero con un poco más de pasión.
Pues eso es lo que me provocó el libro.
Que además, por cierto, es una verdadera obra de arte.
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