domingo, 17 de octubre de 2010

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Mario Vargas Llosa y su sonado premio
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(Introducción de Jorge Piva a una nota sobre el reciente premio Nobel
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El Nobel a Mario Vargas Llosa, como suele ser común en cada edición de la entrega del premio, originó una polémica entre escritores, gente de la cultura, políticos y lectores en general. El eje fue el viraje ideológico del escritor (izquierdista en su juventud, liberal en la actualidad, con igual grado de pasión y hasta fundamentalismo en ambos casos). También propensos a los extremos, varios críticos decantaron hacia la simplificación “buen escritor, mal político”, equiparándolo a Borges. La cuestión es mucho más matizada. En este último sentido, Guillermo Arias (subyugado en su juventud por la literatura de Marito y admirador de Borges) ha escrito una nota que explora algunos intersticios de aquella dicotomía esquemática y, como tal, inexacta o incompleta, aseverando que no todo lo que ha escrito es bueno, respetando el derecho a expresar ideas políticas pero rechazando sus últimas declaraciones, que entiende son un ataque injustificado al gobierno democrático y en consecuencia al pueblo argentino. La fundamentación con que está escrita, -alejada de los eslóganes o prejuicios- aunque sus puntos de vista no necesariamente sean compartidos, amerita al menos tenerse en cuenta como un aporte o un desafío, según cada lector, a nuestras propias convicciones. J.P.
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Sobre Marito, su talento literario y su derrape político
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Por Guillermo Arias(*)
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Será mi alma, tal vez
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Como buen hijo adolescente de padres exiliados, y con menos interés artístico que necesidad de temas de conversación para encarar a hermosísimas hijas de otros refugiados chilenos, argentinos y uruguayos que nunca me dieron corte ni me hubieran dado bola aunque hubiera sido yo el mismísimo creador del realismo mágico, devoraba en los años ‘70 y ‘80 toda la literatura latinoamericana contemporánea. Desde Miguel Ángel Asturias hasta Julio Cortázar, de Alejo Carpentier a Mario Benedetti, Octavio Paz, García Márquez; y, por supuesto, Mario Vargas Llosa. No por obligada fue menos placentera la lectura de “La ciudad y los perros” que me impusieron en el cole. Y cada tanto vuelvo a gozar releyendo, regalando o simplemente recordando y comentando episodios de “La tía Julia y el escribidor”. Al igual que sus colegas del “boom latinoamericano”, seguramente por aquellos años Vargas Llosa habrá firmado solicitadas, o participado en conferencias y simposios en los que se hacía saber al mundo que por estos lares se estaban cometiendo atrocidades. Y qué bueno era que gentes conocidas y respetadas por su pluma y por su inteligencia, difundieran aquello que los dictadores se empeñaban en ocultar. Me gustaría -la historia lo dirá- que los dichos de los que bien escriben hayan sido aunque sea una ínfima concausa del retorno de la democracia formal a la América del sur.
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Viviendo la adolescencia en otro país, hijo de exiliados, creía que estaba aprendiendo historia leyendo a Galeano y que hacía justicia omitiendo a Borges de mi biblioteca incipiente. ¡Cómo un hijo de peronistas va a claudicar leyendo a un viejo “gorila” que nunca condenó a Videla!
Y hoy, sin embargo, quizás por Gelman o por Dolina o vaya uno a saber por qué, puedo permitirme llenar el alma, ser otro, disfrutar de veras cada vez que repaso las páginas de “El Aleph”, de “Ficciones”, del “Libro de arena” y poblar una nueva pero siempre incipiente biblioteca con las obras completas, los textos recuperados y los ensayos dantescos del viejo “gorila” que nunca condenó a Videla, ni divinizó al pueblo y renegó de todo lo que asomase como popular, pero que dejó a la lengua de Castilla las páginas más memorables que en ella se hubieran escrito (según este simple lector aficionado que soy).
Los pasajes borgeanos por los que se lo condena al infierno de lo “antipopular” son residuales y por lo general extraños a su obra. Hay que ser muy perspicaz o muy prejuicioso para adivinar al enemigo en sus renglones; tal vez en su cuento “El otro”, quizás en algún poema, pero no mucho más. Creo que a Borges hay que disfrutarlo. Qué me importa hoy en día –desde lo artístico- lo que haya dicho Borges hace mucho en un reportaje, su anatema del peronismo, sus preferencias por lo europeo, si siento que no podría vivir sin leer y releer su obra, si la Literatura no sería la misma sin sus cuentos, sin sus relatos, sin su poesía; si todo estante estaría vacío aun lleno de todos los volúmenes de otras obras que no incluyeran las suyas.
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Y aunque sea también un gran escritor y dueño de una pluma privilegiada, no puedo sentir lo mismo por Vargas Llosa, de parecida ideología a la de Borges. Mi temor a la colimba no nació de improbables amenazas paternas ante berrinches infantiles, sino de la bala misteriosa que mató al conscripto en “La ciudad y los perros”; ese miedo, sin embargo, se compensaba con los contactos sexuales que la milicia aseguraba, según “Pantaleón y las visitadoras”.
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Vargas Llosas, Marito, como lo llama la Tía Julia, es un gran escritor y mucho cariño debería tenerle a quien, con su talento literario, me hizo pasar gratísimos momentos de juvenil lectura.
Pero no. Y aunque no está en mi ánimo reprochar a nadie la profesión de la ideología que se quiera, no puedo sentir aprecio por quien, por ejemplo, escribió el panfleto llamado “Lituma en los Andes”. No hace falta poner ese talento al servicio de una causa innoble. No se puede, creo yo muy humildemente que no se puede, o al menos no es válido, que tan buen escritor sienta odio hacia lo popular, que es de lo que se nutrió gran parte de su obra, y lo exprese cada vez que pueda no sólo en reportajes, discursos de campaña y artículos periodísticos, sino también, y esto es lo que más me duele, en su obra literaria. Que tenga inquietudes políticas no es nada grave, mas no sé si su bien ganado prestigio de hombre de letras lo avalaba para postularse a presidente de su país, dividir votos de la progresía y permitir que tan luego Fujimori gobernara al Perú. No me gusta cuando tan buen literato subordina su creación artística a su militancia política y, a qué negarlo, mucho menos me gusta cuando esa militancia es a favor de ideas y de políticas contrarias a los intereses nacionales y que se traducen en ataques a los movimientos y a los gobiernos que, a los tumbos y como pueden, buscan nuevas y realistas maneras de gobernar cada nación y de integrar nuestro continente de manera distinta y en algunos casos contraria a las formas y los fondos en que se vino haciendo, para desgracia, desde hace ya casi medio siglo.
No; hoy no me gusta Vargas Llosa.
Un premio Nobel de Literatura que por atendibles razones políticas se le negó a Borges, hoy lo obtiene -¿por idénticas razones políticas?- el Marito de la Tía Julia.
Después de todo, el de la Paz, hace un año, se lo dieron al poseedor de la más inconcebible y mortífera panoplia de toda la historia de la humanidad, y lo estrenó bombardeando aldeas desprotegidas. Vargas Llosa estrena el suyo agrediendo a un pueblo hermano, al nuestro, diciendo al día siguiente del anuncio de su galardón que, corroídos por la corrupción del actual gobierno, ya no somos los argentinos cultos ni modernos. En mi ignorancia, yo no sé cuándo lo fuimos ni qué entiende el novel Nobel por cultura y modernidad; quizás algo parecido a lo que nos sucedía antes de la dolorosísima crisis que estalló al iniciarse el siglo, cuando hubiéramos necesitado de su solidaridad y comprensión, y no de unas palabras que Vargas Llosa nos dedicó en el mismo sentido que las de ahora, más propias de un fanático que del excelente escritor que fue y que seguramente es.
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Entre el que me conmovió de adolescente y el de los ataques furibundos a un gobierno democrático, me quedo con aquél, el que en “Elogio de la madrastra”, fue capaz de hacer decir a un personaje
“...esa soy yo cuando, por ti, me saco la piel de diario y de días feriados. Esa será mi alma, tal vez ...”.
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(*)Guillermo Arias es abogado, tiene 45 años y desde hace 8 se desempeña como Secretario Legislativo de la Legislatura de Córdoba. Es autor del libro “Derecho Parlamentario” (Editorial Advocatus, 2009) y de numerosos artículos sobre el tema en diarios y revistas especializadas, entre ellos “Comercio y Justicia” y “Quórum”. Avido lector, en particular de literatura latinoamericana, tiene numerosas notas al respecto y sobre actualidad política –la mayoría aún inéditas- que a lo sumo ha compartido con sus amigos y contactos de correo electrónico.
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Bienvenida a un nuevo participante en esta página
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Por Jorgelina Lagos
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Como todo periodista que se precie de tal, entiendo que en una democracia debe haber pluralidad de opiniones. Por tal razón, hoy le damos la más cordial bienvenida al Dr Guillermo Arias, cuya presentación corre a cargo de Jorge Piva, mi habitual compañero de blog. Respeto la opinión de Guillermo sobre Vargas Llosa, aunque no la comparto en su totalidad. Pero de tales cosas está hecha la vida y sobre todo la vida política. Ya lo decía muy bien el General y lo traemos a colación hoy, precisamente, en que se recuerdan los 65 años de aquel día histórico.
Adelante, entonces.
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En defensa del buen nombre
Vamos a terminar todos siendo chinos
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Por Jorge Piva
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Con frecuencia, mi hija se enoja conmigo porque no distingo o confundo a sus amistades. Sus amistades son Cande, Cami, Fer, Juli, Jo, Flor, Fede y cuanto apócope posible hay para formar con la primera o dos primeras sílabas del nombre. Con un matiz más problemático aún: están el Jose y la Jose, el Fer y la Fer. A la vez, Ro puede ser Rocío o Roberto o Rodolfo; Juli, Julieta, Julián, Julia o Juliana; Silvi, Silvia, Silvina o Silvana, Luisi un apelativo cariñoso de Luis o la síntesis de Luisina, y todo más o menos así.
Esta costumbre la he advertido también entre compañeros de trabajo, y yo mismo incurro a veces en tales síntesis nominales. No me puse a pensar en las causas, aunque quizá tenga que ver con la velocidad y la economía de palabras con que los chicos usan los mensajes de texto o el messenger, o simplifican o acortan sus comunicaciones de chat tecleando en la computadora con dos dedos. Y los grandes nos contagiamos o imitamos estos modismos. Algo parecido ocurre con las palabras comodines que se generalizan durante un tiempo.
Hace años dos muletillas lingüísticas comunes, utilizadas para unir frases, eran “o sea” y “es decir”, pronunciadas como “osea” y “e’cir”. Ahora me causa gracia una forma generalizada de reemplazar al “bueno” o “de acuerdo”, o “cómo no”, o “sí” por una palabra que es en realidad una instrucción: dale. Hágase la prueba en cualquier negocio atendido por algún jovencito o no tanto:
-Dame tres medialunas.
-Dale.

Misterios del habla: el “nada” ha dejado de usarse en su significado original y se utiliza como comodín verbal un tanto snob (que quiere decir frívolo, superficial), aunque huele más bien a moda lingüística pasajera:
-¿Cómo fue el gol en contra?
-Nada; vino el centro y nada, yo metí la cabeza para despejar y entró, y bueno, nada, fue una desgracia, pero nada, ya está, hay que pensar en el próximo partido.
(El cronista recuperará el sentido original de la palabra para decir que el equipo fue horrible, que no jugaron a nada).
La clase política también va renovando su propia jerga. Recuérdese cualquier discurso en acto público donde el orador unía sus frases con “Por eso”, aunque el párrafo siguiente no tuviera relación con el anterior:
- … vamos a encolumnarnos detrás de nuestro candidato. Por eso compañeros hoy una vez más ….
Dado que los actos públicos son cada vez más escasos –por lo menos los de asistencia espontánea- y la lucha cívica se desarrolla en los sets televisivos o los espacios radiales, ha cambiado también la forma del discurso político y abundan los “A ver” y “Digo” o “Quiero decir”, en este último caso para decir lo mismo que se había dicho anteriormente, pero con otras palabras:
-¿Qué responde a la denuncia de corrupción que lanzó en su contra Fulano?
-A ver. Digo: me pongo a disposición de la justicia. Quiero decir: que la justicia investigue.
La justicia investigará y posiblemente no llegue a nada, porque se sabe de antaño que la coima no da recibo.

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El “dale” y “nada” posiblemente caiga en desuso con el tiempo y sea reemplazado por otras resignificaciones, aunque fuera de la simpática curiosidad de su utilización no causa demasiados problemas, ya que todos sabemos qué se quiere decir cuando se lo emplea.
El problema son los nombres acortados. De seguir la tendencia, posiblemente en el futuro nuestras generaciones terminen pareciéndose en sus nombres a los chinos: Li, Lin, Yi, Wei, Yun, Yan, Hao. Inútil será que bauticemos a nuestros chicos Francisco Isidoro o Mercedes Agustina, por ejemplo, ya que inmediatamente pasarán a ser Fran, Isi, Merce o Agus. Lejos habrán quedados los tiempos de nuestra fundación patria, cuando los pobres chicos debían memorizar no sin cierto esfuerzo su propio nombre, dada la extensión. Belgrano, por ejemplo, fue bautizado Manuel Joaquín del Corazón de Jesús. Carlos de Alvear se llamaba completamente Carlos Antonio José Gabino del Ángel de la Guardia Alvear y Balbastro. Porque para colmo, la alcurnia familiar era rastreable en el doble o triple apellido, y así Bolívar fue inscripto como Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco. Mariquita Sánchez fue registrada María Josefa Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velazco y Trillo, a lo que luego hubo que agregar su apellido de casada Se nota que el espíritu de época, al contrario del actual, era más bien propenso al barroco, ya que en lugar de decirle Mary, los allegados alargaron el María a Mariquita.
Entre aquellas exageraciones de hace dos siglos y los presentes apócopes que amenazan tornar a todos los nombres monosilábicos o a lo sumo bisilábicos, estamos los partidarios del justo medio. Aunque en definitiva son los demás los que nos nombran a su antojo y no como nosotros quisiéramos. Yo, sin ir más lejos, me llamo Jorge Oscar Piva Ermacora Omega Gioino. Pero mis amigos me dijeron, desde chico, el Flaco. (Lo cual, al igual que el “dale” o el “nada”, ahora ha perdido su sentido original y la realidad actual es más bien todo lo contrario). Por otra parte, inútil hubiera sido, convengamos, esgrimir aquellos apellidos en los cenáculos de la aristocracia local, delatores como son de famélicos inmigrantes italianos.
En casa, ante mis hijos, he quedado reducido a .

Ya que hablamos de tendencias hacia la síntesis, recuerdo que hace años Alejandro Dolina escribió un delicioso artículo en la revista “Humor” sobre la novedad literaria de compilar historias tradicionales, con lo cual se ahorra tiempo y energía en la lectura. De acuerdo a ello, por ejemplo, “Crimen y castigo”, de Dostoievsky, podría llegar a trocar su edición de 600 páginas por una sola hoja donde se imprimiera un párrafo con su pretendido resumen: “Un muchacho mata a una vieja y se arrepiente”.
Así, la presente nota bien podría sintetizarse, a juicio de mi implacable hija adolescente, la Juli, de este modo: “El no entiende nada, está en cualquiera y escribe pavadas”. No estaría demasiado alejada del sustrato de las cosas.
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