martes, 3 de febrero de 2009

El que las hace...

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Hace casi diez años me sentí incomprendida –y hasta molesta– cuando la “capacidad” histriónica de Roberto Benigni me dejó sin habla con su película La vida es bella. No podía creer lo que estaba viendo. La verdad es que ese señor –un inmejorable clown, sin duda– pretendió que todos aceptaran y justificaran la visión edulcorada y bien intencionada de un padre disimulando ante su pequeño hijo las atrocidades cometidas en un campo de concentración nazi adonde, se supone, han ido a parar. En verdad, me pareció una farsa grotesca y delirante, fuera de tono con la seriedad que conlleva el tema.


Pero, al mismo tiempo, noté que muchos integrantes de la comunidad judía también sentían beneplácito ante esa visión, así que tras varios encontronazos tuve que meter violín en bolsa y callarme la boca. Quién era yo para opinar en contra si hasta ellos lo aprobaban. Pero el año pasado, cuando a mi programa de televisión fue como invitado Edgard Wildfeuer (ex prisionero de Auschwitz), hablando sobre la visión que ha dado el cine sobre el Holocausto, él me manifestó que a su entender las dos mejores versiones sobre el tema se dieron en La lista de Schindler y en El Pianista. Cuando admití que muchos judíos no habían visto mal la óptica del bufo italiano, W. me dijo casi irritado: Ah, sí, porque a ellos no les tocó!


De aquel filme de Benigni mucho se habló. Ganó premios por todo el mundo; él mismo desconcertó a los asistentes con sus piruetas simiescas en la entrega de los Oscar… y después se desinfló. Sus posteriores intentos como director de cine han caído en el olvido.


Pero, ahora, y con un tema similar, creo que los espectadores que adoraron aquella película deben sentirse igualmente satisfechos tras el estreno de El niño con el piyama a rayas, filme basado en la exitosísima novela de John Boyne.


Dicen que en cine, hasta el más pintado es vencido cuando aparece en pantalla un perro o un niño. Y en este caso hay… ¡dos niños! El judío encerrado en un campo, por un lado y el hijo del comandante nazi, de ese mismo campo, por el otro. Que se encuentran día tras día para jugar, cada uno desde su lugar, pues la cerca de alambre de púas que los separa está electrificada…


Quiero aclarar que alguna situación, de todo lo que allí acontece, puede haber sido factible. Tantas cosas ocurrieron en ese incomensurable caos que fue la II Guerra Mundial que circunstancias similares tienen su asidero. Además aclaro que tanto los rubros técnicos y artísticos del filme son impecables y muy cuidados (si hasta los rudos alemanes hablan en inglés, no vaya a ser que se pierda mercado…). Pero cuando se aproximó el final y ya habían pasado dos tercios del metraje y advertí hacia dónde se precipitaba la cosa, no podía creer lo que estaba viendo. ¡Y yo que me había quejado por la mirada naive del italiano!


Por supuesto que no voy a contar el final. Pero sí le dejo el subtítulo que muy bien podría llevar El niño con…: ¡El que las hace las paga, c…!
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