jueves, 16 de agosto de 2007

A las mil maravillas

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La entrevista que Jorge Mario Cónsole le hace a Reyna Carranza en su blog El Escaparate (buscar link en éste) el 13/ 8/ 07, me puso en el camino, nuevamente, a uno de los escritores argentinos más notables: Manuel Mujica Láinez. Esa nota, más la actual puesta en escena de Tres para un Bululú que está ofreciendo el Teatro Real, sirvieron de disparador y me han puesto a recordar y a soñar…

Hace muchos años -era a comienzos de los 80- un acontecimiento de excepción tuvo lugar en nuestro medio. Se presentaba en el Teatro Córdoba (en la actualidad destinado sólo a cine de jueves a domingos) uno de los prodigios de la escena de las últimas décadas: José María Vilches. Traía A las mil maravillas, obra de un juglar excepcional, que ya había fascinado a los públicos hispanos con su primera y mágica creación: El Bululú.

Yo asistí junto a uno de mis hijos y a un grupo de colegas, entre los cuales estaba Carolina Vocos (con quien hice durante muchos años un programa en Radio Nacional); también recuerdo a Juan Adrián Ratti –amigo de Vilches–; a un siempre caviloso Pablo Ponzano; a Alberto Equinasy; quizá a Jorgito Piva y seguramente, como no podía ser de otra manera, andaría cerca Ana María Alfaro.

La expectativa se notaba en el ambiente. Ibamos a asistir a la presentación de uno de los grandes de la escena. De repente, el grupo de personas que estábamos entrando se agitó con un revoloteo: rodeado y seguido por una cohorte de efebos –como era común encontrarlo en el centro de la ciudad en esas épocas- vestido con una capa y su inseparable sombrero de terciopelo con una pluma, apareció Manucho…

Pero el revuelo se me transformó en asombro cuando compruebo que –cosas del azar– me toca sentarme ¡casi al lado! del autor de Bomarzo, allí, en la tercera fila, separada de él apenas por uno de los jovencitos que lo rodeaban… Decir que asistí al espectáculo casi en trance, hechizada, es poco. Galante –no perdía ocasión para desplegar su seducción– el tal poeta, palabra va, palabra viene, se inspira conmigo, toma un programa, saca la pluma… y me dedica una graciosa rima:

Jorgelina, fina, fina,
lindos ojos
tus anteojos
me adivinan.

No sé si fue el champán con el que nos embriagamos antes y después del espectáculo. O a la maravilla de haber asistido a un rito como el que Vilches desplegaba y del que nos permitía participar. O de haberlo tenido a Manucho con todo su desparpajo al lado, inspirándole un minúsculo poema. O todo junto. No lo sé. Sólo sé que ése fue uno de los momentos mágicos de mi vida.
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jueves, 9 de agosto de 2007

Postales surrealistas (antes de las elecciones)

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Las que voy a narrar son solamente unas pinceladas que bien envidiaría un Fernando Solanas que de tan prolijo se ha vuelto aburrido. Pero no importa. Si nos envuelve la nostalgia, siempre puede recurrirse al video y zamparse en las imágenes del Buñuel de El perro andaluz o Belle de jour o de un Peter Greenaway que ya pasó a la historia (El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante).

Para no hablar de las bondades de un Arturo Ripstein, a quien -lejos de Profundo carmesí o La mujer del puerto- ya nada le hace mella: ha guardado su prolija filmografía tras los premios recibidos y ahora se dedica a ser anfitrión de señoras presidenciables sudacas, mientras sigue recogiendo galardones por lo ya visto y hecho, allá lejos y hace tiempo…

Pero, si el séptimo arte no se hace presente, a no desesperar. La realidad nos proveerá la cuota de surrealismo necesaria para poner emoción a nuestras vidas. Y en estos tiempos preelectorales, mucho se ha visto y mucho ha de verse. Porque muchos piden y otros muchos dan.

Como la presión ejercida por los telefónicos de nuestro país, que ha dejado a tanta gente incomunicada y además con sabrosas anécdotas: un empleado de una de las compañías protestatarias quedóse sin linea telefónica. Al día siguiente, horrorizado, le dijo a sus compañeros de tareas: “A mí no, muchachos, que somos del mismo palo”…Juro por lo que más quiera que me lo contó el mismo interesado, patente, patente, mire vea, Doña…

Otra anécdota sobre la gente que lleva y trae sonidos y nos mantiene (in)comunicada: habiéndose hecho el reclamo pertinente, un usuario, sufrido, desgastado, vió llegar, tras varias semanas de pedidos incesantes, a dos fornidos trabajadores de una empresa tercerizada que iría a hacerse cargo de la reparación. Aparentemente la falla provenía del exterior. Al rato, curioso, fue a la terraza para ver qué estaba pasando. Vió a uno de los susodichos subido a un poste como a cien metros de distancia que le hacía señas y daba fuertes gritos para tratar de transmitirle algo a su compañero que nada podía captar. Ningún elemento comunicador habían portado para tal tarea…Por supu, todavía sigue esperando que el tono vuelva a su línea…

Pero el epítome del surrealismo en épocas preelectoralistas es el que viví personalmente el pasado 9 de julio. Usted lo recuerda: nevó –entre otros lugares- en Córdoba. Estaba yo como ahora sentada ante mi PC ( si sigue este blog recordará que mencioné la magia de ese día inolvidable), escribiendo, mientras observaba por la ventana el paisaje nevado del jardín…

De repente, un sonido familiar se hizo presente. Me incliné, curiosa, a fijarme por entre el lienzo de la cortina. Y sí, era lo que me suponía: en esa calle cubierta de nieve, con una temperatura polar, absolutamente desierta -eran las 10 de la mañana– en el día más feriado del año, ví pasar raudamente al camión de Cliba con sus esforzados muchachos recogiendo la basura...
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miércoles, 1 de agosto de 2007

Al maestro, con cariño

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Hace aproximadamente un mes, en este mismo espacio, escribí –con total convicción- que para las profundidades del alma -en cine, en la escena cinematográfica- tengo dos referentes: Ingmar Bergman y Woody Allen (éste último inspirado en aquel, a no dudarlo).

Seguramente, ya se enteró: el maestro sueco acaba de morir. Y con él , personalmente, se va para mí el cineasta que mejor supo mostrar el alma humana. Sé que hay quienes opinan que no hacía cine, sino teatro filmado. No interesa y hasta admito que puede ser. Lo que nadie podrá jamás negar es que su visión de la condición humana fue aguda, profunda, acertada y que –a manera de un Dostoievsky o de un Strindberg en sus épocas– se adelantó a sus contemporáneos provocando admiraciones y rechazos.

Ingmar Bergman fue el gran pintor de la burguesía del siglo XX. Junto a su obra se yerguen los trabajos de otros grandes: Fellini, Kurosawa, Antonioni (fallecido apenas unas horas después…), Woody Allen, Visconti. No obstante, en él se sintetizaron los traumas y anhelos inherentes a los demonios internos. Hacer una recorrida por su filmografía sería redundante, en estos días en que seguramente las crónicas hablarán del tema una y otra vez. Pero para nada mal está recordar algunos de sus títulos clave, en los que registró y analizó todo el espectro de conductas propias y ajenas.

Conocí a Bergman y su trabajo recién en los 70, cuando en los años agitados y oscuros que precedieron al Proceso toda una movida cultural de magnitud tenía lugar en Córdoba. Con Gritos y Susurros (1972) (exhibida en el entonces Cine Sombras) deslumbrante trabajo que habla de la agonía ante la evidencia de la Muerte (así, con mayúsculas, como a él le hubiese gustado), se me revolvieron las entrañas y supe lo que era el cine magistral.

Después sentí como propia la devastadora experiencia de las relaciones matrimoniales en Secretos de la Vida Conyugal (1973) y el broche de oro de esa alucinante travesía fue descubrir que Fanny y Alexander (1983) era un compendio total, abarcador, de la capacidad de un alma para escudriñar en las almas de los otros. Hasta el día de hoy, si alguien me pregunta cuál es a mi entender la película que más me ha colmado en mi vida, me refiero sin dudar, convencida, a este filme.

En el camino –y gracias a las restrospectivas que de tanto en tanto se hacían– fui conociendo al cineasta de los 50 y 60 que me había perdido. Pero comprendí que no era imprescindible: en todos sus trabajos, de una u otra década, siempre aparecían las mismas obsesiones: la incomunicación entre las personas, la fe religiosa; la muerte… Aunque debe admitirse que si bien siguió siendo un observador riguroso su estilo tajante y austero se había suavizado otorgándole una mirada más piadosa. También para él los años no habían pasado en vano…

A la manera de un terapeuta de excepción puso sobre la mesa angustias y dolores; barajó y dió de nuevo; reflejó y exorcisó nuestras miserias…

Adiós, querido Maestro!

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